domingo, 30 de agosto de 2009

'La Capital' de Jose María Eça de Queirós



Se podría decir que 'La Capital' de Eça de Queirós está fetén, tal como diría uno de sus personajes, un ex-libertino refugiado en provincias que en el café hace el fanfarrón con proclamas anticlericales y se jacta de ser ateo, pero luego cada domingo va a misa con sus guantes blancos impecables para no estar de malas con el cacique del pueblo que es muy religioso. O también se podría decir que 'La Capital' es de lo más chic, como diría otro de los personajes, un mujeriego viejo, cobarde y arruinado que trabaja en un diario pese a su nulo talento para la escritura y que lo que más ama en este mundo son los tobillos de las mujeres. Y es que este es un libro que tiene una gran colección de secundarios, pero quien importa de verdad es el protagonista, Artur Corvelo.

Arturcito es un niño pálido y melancólico que se ha criado en una casa llena de libros escribiendo versos desde una edad muy temprana. Su madre, romántica y enfermiza, le puso el nombre de Artur por el rey Arturo y su padre alimenta sus ansias de ser un glorioso escritor y pasar a la immortalidad. Arturcito crece, va a Coimbra a estudiar a la universidad, suspende dos veces, se dilapida todo el patrimonio familiar y tiene que acabar viviendo en un pueblo de provincias con un par de tías ancianas que se pasan el día haciendo calceta y la noche rezando el rosario. Con las tías también vive una sobrinita que no ha leído un libro en su vida y cuyo único afán es cuidar y alimentar a los animalitos de la granja, y Albuquerquercito, un anciano que recogieron y que se cree el almirante de una poderosa flota. Allí, Arturcito se siente enterrado en vida, como una flor entre el estiércol y mil y una metáforas más igual de patéticas. Hasta que, por fin, por un golpe de suerte, se le presenta la oportunidad de ir a la capital.

Así que ya tenemos a Arturcito que coge los bártulos y con un librito de poemas titulado 'Esmaltes y joyas' y un drama que ha llamado 'Amores de poeta' se planta con el tren en Lisboa. Pero la ciudad no es sitio para un jovencito ingenuo, tímido y confiado que quiere triunfar en la vida. Allí, como era de prever, se va a llevar un montón de golpes e irá de decepción en decepción. Arturo tan pronto quiere ser un admirado escritor, como simplemente vivir feliz con una mujer, como ser un republicano incendiario y temido. El rasgo que define el carácter de Arturo es que toda emoción en él pronto se acaba, puede estar dominado por el deseo o la ira o la felicidad, pero cualquier emoción pronto se apaga y vuelve a caer en la apatía. Y como es incapaz de guardar rencor a nadie durante mucho tiempo, una y otra vez cae en los mismos errores. A veces Arturo es tan estúpido, se deja engañar tan fácilmente, que te dan ganas de abofetearlo. Pero luego hay un momento en que él mismo se lamenta de su falta de carácter y es imposible no comprenderlo y no sentirse identificada.

'La Capital' es una novela pesimista, misántropa y antiromántica como sólo lo pueden ser las novelas de finales del siglo XIX. Pero, del mismo modo que prácticamente todas las novelas de finales del siglo XIX, en ésta, la queja de que ya no existe nada puro e ideal lleva implícito el deseo (y quizás) la esperanza de que exista. En cierto modo el antiromanticismo realista lleva implícito el romanticismo. Es cierto que Arturcito en el fondo la mayoría de veces se mueve sólo por vanidad, quiere ser escritor, repúblicano o amante sólo para ser adulado. Pero esto es sólo la mayoría de veces. Hay algunas en que puedes ver el destello de ese niño idealista que realmente creía en el arte, la literatura, la belleza, la libertad y el amor. 'La capital' es en cierto modo previsible, es fácil adivinar que al pobre Arturcito lo van a timar una y otra vez, que una y otra vez se van a aprovechar de él, pero no importa, porque Eça de Queirós escribe como Dios. Y tiene un estilo lleno de sarcasmo, hace una critíca con un sentido del humor amargo que no deja títere con cabeza y hace un retrato perfecto de la psicología de lo que se llama un pringado. 'La Capital' es una obra hiriente, certera y real. Y en ningún momento deja de ser divertida. La adoro.

sábado, 22 de agosto de 2009

'Solsticio de invierno' de Peter Hobbs


En una época en la que prácticamente toda la literatura contemporánea parece que tiene que tratar de grandes sagas familiares, o bien tener una trama rebuscada e inverosímil que pase en diferentes países y en la que el azar juegue un papel determinante, o bien tiene que aparecer el escritor del libro como personaje o algún otro recurso de metaficción para las masas, es sorprendente encontrar un libro tan sencillo, pausado y sobrio como 'Solsticio de invierno' de Peter Hobbs, que se centra en las vivencias de un predicador metodista laico, en Inglaterra durante el 1870, recogidas en forma de diario. En un momento en que parece que todas las novelas se escudan detrás de la ironía y la metareferencia, es una maravilla encontrar una obra tan valiente que sea capaz de ser una zona totalmente libre de ironía y metaficción.

El libro es pausado y duro, lo elegí porque me enteré que el protagonista tenía 27 años y quería leerlo mientras yo aún tuviera 27 años, esperando encontrar, a pesar de la distancia que nos separa, coincidencias entre nosotros. Y así ha sido, porque a pesar de la distancia es un libro que habla de cosas universales en cualquier época: la nostalgia por la infancia perdida, la añoranza del hogar, la belleza del mundo, el amor, la enfermedad, la muerte, el sufrimiento, el dolor físico, el dolor psíquico, la soledad, la monotonia del trabajo, la sensación de que los días se nos escapan y no podemos hacer nada para retenerlos, la desilusión, la duda, el miedo... Es un libro tristísimo, que se lee con un nudo en la garganta, porque habla de la tristeza y el dolor que todos hemos sentido alguna vez. Charles Wenmoth tiene 27 años y divide sus días entre el trabajo como aprendiz de herrero y sus deberes de predicador. Vive lejos de casa y añora a su familia y a sus amigos, se siente solo y uno de sus pocos consuelos es visitar a Harriet French, una joven enferma, ciega y moribunda, de la que está enamorado, pero es incapaz de verlo o quizás no quiere verlo.

Charles Wenmoth tiene 27 años, pero se siente viejo, siente que ya es tarde para formar una familia y tiene la sensación de estar malgastando la vida. El libro es tristísimo. La progresión de Charles durante un año (un año en el que pasa de una simple añoranza por la libertad y la despreocupación de la infancia y una leve frustración hasta un sufrimiento insoportable, un miedo aterrador y un asco de existir) está perfectamente executada: la progresión es lenta pero implacable y al llegar al final ya no hay vuelta atrás y uno no podría describir cómo ha ocurrido porque todo ha sido tan progresivo que es necesario prestar mucha atención para advertir los cambios. Es una novela de las que ya no se hacen, una novela sobrecogedora e impactante por su dureza emocional. Es una descripción detallada de una depresión que cualquier persona podría padecer en cualquier época. Es como 'La campana de cristal' del siglo XIX.

'Hacia otro verano' de Janet Frame


Oí hablar por primera vez de Janet Frame en la maravillosa película 'Un ángel en mi mesa' de Jane Campion, una película preciosa que se basa en la autobiografía de esta escritora neozelandesa. La película me cautivó por su tristeza y por su belleza. Pude palpar el dolor de Janet Frame. En su juventud, una depresión la diagnosticaron erróneamente como esquizofrenia y entonces pasó un largo periplo por psiquiátricos. Cuando estaban a punto de empezar con ella un tratamiento de electroshocks, uno de sus libros ganó un premio y después de esto pudo escapar. Pero su historia es también una historia de supervivencia, de conseguir salir adelante pese a todo. Y es por esto que la película es tan bella. Antes de los títulos de crédito ya intuía que Janet Frame era una escritora para mí. Sin embargo, han pasado años antes que leyera un libro suyo, en parte porque es difícil encontrar obras suyas traducidas y en parte porque tenía algo de miedo que en realidad Janet Frame no fuera para mí y si Janet Frame no era capaz de hablar de mí, ya nadie lo podría hacer.

Se puede decir que durante mucho tiempo he sido fan de Janet Frame sin haber leído nada de ella, pero por fin he leído 'Hacia otro verano' y ha sido maravilloso. Se ve que Janet Frame escribió esta novela en 1963 pero rehusó publicarla en vida porque la consideraba demasiado personal, así que la guardó con cuidado durante toda su vida y se publicó póstumamente. La novela está protagonizada por Grace Cleave, una escritora neozelandesa que desde hace años reside en Londres. Una pareja la invita a pasar un fin de semana a su casa en el norte y ella, después de dudarlo mucho, acepta, pero tan punto ha dejado caer la carta en el buzón se arrepiente de haber aceptado. Grace Cleave es solitaria, introvertida y, por culpa de falta de práctica, torpe en cualquier situación social. Grace Cleave, sin prácticamente amigos, no se relaciona con nadie y vive siguiendo una rutina que es como un refugio. Es invierno y Grace Cleave, incapaz de encajar entre los humanos, siente que se ha convertido en un pájaro migratorio y empieza a añorar su Nueva Zelanda, cuando hacía tiempo que ya ni siquiera pensaba en su antiguo hogar.

'Hacia otro verano' es simplemente la narración de este fin de semana que la protagonista pasa en casa de esta pareja y sus dos hijos pequeños. Y la narración de los esfuerzos, dificultades y pequeños fracasos de Janet Frame por ser lo que se llama un animal sociable y relacionarse con sus huéspedes de "forma normal y satisfactoria" se intercala con la descripción de recuerdos de su infancia que le vienen a la memoria. Es una obra personal (por supuesto), introvertida, intimista, de una sensibilidad exquisita y una sinceridad extrema, con una atención por el detalle preciosa y un estilo poético maravilloso. Por todas estas características puede que no sea un libro para todo el mundo, pero yo he sentido que hablaba de mí como hacía tiempo que no sentía que un libro hablaba de mí. Puede costar entrar en él, pero si lo haces notarás que es un libro que te lo da todo, que te quiere con un amor sin límites. Es un libro para los que más de una vez se han sentido como unos ineptos sociales, para los solitarios que no quieren sentirse tan solos, para los introvertidos que quedan exhaustos después de un intenso intercambio social, para los tímidos que se sienten incomprendidos, para los que se sienten tristes y quieren ser reconfortados. Es magnífico.

sábado, 8 de agosto de 2009

'Todos los jóvenes tristes y literarios' de Keith Gessen


Tenía muchísimas esperanzas puestas en 'Todos los jóvenes tristes y literarios', con un título así era predecible que yo creyera por un momento que éste iba a ser el libro de mi vida, el libro que explicaría mi vida. Enterarme del argumento no hizo nada más que incrementar estas esperanzas: la historia de tres personajes, uno que quiere escribir la gran novela sionista pero que nunca se sienta a escribirla, uno que es incapaz de decidirse por el tema de su tesis, y otro que tampoco sabe que hacer con su vida y está obsesionado en seguir la actualidad política. Sí, se podía decir que efectivamente yo estaba incluída dentro de estos jóvenes tristes y literarios, dentro de los que un día fueron promesas, estudiantes impecables que podían haber hecho lo que quisiera pero que a los 20 años se veían atascados y sin saber qué hacer con sus vidas. Sin embargo, tan pronto como me enteré de que esta novela podía ser la novela de mi vida también me enteré de que en realidad no lo iba a ser: todas las críticas coincidían en decir que tenía múltiples defectos y que resultaba decepcionante. Aún así me la compré, con la esperanza de poder quererla a pesar de sus defectos (a veces me ha pasado, 'Posesión' es el ejemplo paradigmático de este fenómeno), pero tuve la suficiente sangre fría como para dejar pasar un tiempo prudencial que ayudara a calmar mis fervorosas esperanzas, hice cálculos y dejé pasar el tiempo suficiente como para que la decepción no me afectara a nivel personal.

Pues eso, 'Todos los jóvenes tristes y literarios' es un libro decepcionante. Más que nada porque en realidad prácticamente no habla nada de tristeza y literatura, sino que se centra en líos de faldas. Los protagonistas son Sam, Mark y Keith y la historia es la historia de sus relaciones sentimentales entre los 20 y 30 años. No hay ninguna duda de que Sam, Mark y Keith son un reflejo del propio autor, uno es su parte judía, el otro es su parte rusa y el otro es su parte americana que desciende de emigrantes rusos. El problema es que Sam, Mark y Keith están tan poco desarrollados que son intercambiables: lo que hace Sam lo podría hacer Mark, lo que le pasa a Mark y cómo reacciona éste sería la misma reacción que tendría Keith en la misma situación, etc. Es verdad que el autor parece que quiera escurrir el bulto con la teoría de que todos tenemos diversas vidas y que las vidas de Sam, Mark y Keith funcionan como vidas en un universo alternativo del autor y blablabla, pero no cuela. Definitivamente la creación de personajes no es el fuerte de esta novela. Y si los tres protagonistas están mal descritos, ya ni hablemos de las mujeres de sus vidas, que encima se nota tantísimo que han sido creadas por la mente de un hombre, porque son mujeres que parece que sólo tienen como misión en esta vida hacer feliz un hombre, sin tener ningún tipo de vida propia. Vaya, como Houellebecq, pero con menos sexo y menos nihilismo. Hay una escena en que Sam lee el diario de la mujer con la que se acaba de acostar y que después será su novia, y Sam se sorprende que en el diario hable tan poco de hombres y sexo, ya sabéis, como si las mujeres pudieran tener algo en la cabeza que no sean hombres. Esta incapacidad de Sam parece la misma que sufre el autor y me gusta creer que esta escena es un desliz inconsciente por parte del autor.

Aún hay más cosas que no me han gustado. El libro es repetitivo, muy repetitivo, no sólo porque tengamos que escuchar la misma historia tres veces a través de los tres protagonistas, sino porque encima cada personaje parece condenado a repetir una y otra vez las mismas cagadas. Así que tenemos (dejad que cuente, 3x3 = 9) nueve veces contada la misma historia. Y entiendo que probablemente la intención del autor era que su libro fuera repetitivo como metáfora de la incapacidad de sus personajes de madurar y avanzar, pero cansa, cansa mucho. ¿Y si hay tantas cosas que no me han gustado de este libro, cómo es que aún me empeño en ser benigna con él? Pues porque también ha habido muchas cosas que me han encantado, detalles que hacen creer que estamos ante un autor con potencial, párrafos bellos e incisivos, giros que desbordan inteligencia. Me ha encantado el prólogo nostálgico con Mark y su novia siendo pobres pero felices en Nueva York y comprando en tiendas coreanas. Me ha encantado el primer capítulo, en el que Keith en la universidad se medio enamora de la hija del vicepresidente, la hija del que podría haber sido presidente (una especie de Al Gore con barba y más carisma), pero no pasa nada y luego se vuelven a encontrar en medio de Nueva York cuando los dos han fracasado y este reencuentro ya lo dice todo. Y la parte de Sam en Israel y esa escena en la que Sam, un judío norteamericano, y Akhmed, un palestino, están tumbados en dos camas una al lado de la otra y se confiesan y se comprenden y nosotros también lo comprendemos. Y la escena en que Sam y las dos mujeres que ha estado viendo (una judía de derechas y una judía de izquierdas) ven juntos el 11-S por la tele. Keith y sus compañeros de universidad discutiendo, a propósito de Lewinski, sobre qué es sexo y qué no. Y Katie como la Edith Warthon de los mensajes de textos. Y la necesidad constante de los tres personajes de revisar su correo electrónico. Y, resumiendo, por lo que vale la pena este libro, es por como los sucesos históricos (tanto del presente como del pasado) se insertan en la trama y sirven no sólo como contrapunto generacional sino como forma de explicar mejor a los personajes, pero también porque es el único libro que introduce las nuevas tecnologías (email, sms, etc.) y no lo hace de forma patillera y simplemente formal sino como una parte de la vida de los personajes.

domingo, 2 de agosto de 2009

'El sirviente' de Robin Maugham



'El sirviente' de Robin Maugham no es una obra que esté mal, pero definitivamente sabe a poco. Tengo la sensación que el principal problema es su extensión, que es demasiado larga para ser un cuento y demasiado corta para ser una novela. Quiero decir que con la concisión de un cuento probablemente habría ganado en eficacia y con la extensión de una novela probablemente podría haber ganado en profundidad. Con sólo 100 páginas de una letra immensa sabe a poco. Y para qué nos vamos a engañar, probablemente a mí aún me ha sabido más a poco porque la película que hizo Joseph Losey está entre mi top 10 de películas favoritas.


Lo que ya me mosqueó desde el principio es que el narrador sea un personaje externo, que nos cuenta la historia desde fuera, sin involucrarse, con lo cual ya se limitan mucho las posibilidades de introspección y análisis. El narrador es Richard Merton que nos cuenta la historia de su amigo de la guerra, Tony, que ha contratado a un sirviente, Barrett, que poco a poco lo irá dominando, explotando el principal defecto de Tony, la pereza. Y sí, la progresión de la caída de Tony está perfectamente mesurada y narrada, con un tempo perfecto, pero no puedo evitar echar de menos una mirada directa a la relación que mantienen Tony y Barret, sin intermediarios de ninguna clase; saberla por terceras personas corta el rollo.


La obra es sutil pero no deja de ser clara. Creo que está claro (al menos me lo ha parecido a mí) que Tony está enamorado de su amigo Richard, el narrador, pero rechaza una posible relación homosexual por la vida más cómoda que le ofrece su sirviente, una vida heterosexual y llena de facilidades. Una vez más, me hubiera gustado saber más de la relación entre el narrador y Tony. Esta es la principal diferencia con la película, donde Richard no existe. En el libro, Barrett es eminentemente un ser repulsivo y malvado porque sí (nunca sabemos sus motivos, parece que sólo son materiales) y su relación con Tony asexuada. En la película Barrett es malo pero sus motivos son mucho más claros y estos motivos, a pesar de su maldad, lo hacen más humano. Desde la primera escena en la que Barret observa a Tony mientras duerme, adivinamos que Barrett quiere poseer a Tony en todos los sentidos, el sexual también, sin duda. Y ciertamente lo consigue. La película, más que una lucha de clases como normalmente se dice, narra una relación dominante-submisiva y como esta relación envilece a los dos que participan en ella.


La película es excelente (claustrófobica, angustiosa, compleja, retorcida, amoral, una obra maestra del subtexto en la que Dirk Bogarde está immenso) mientras que el libro simplemente es un libro correcto. Supongo que se nota la mano de Harold Pinter, que fue quien escribió el guión y que era un maestro a la hora de escribir obras en las que lo más importante son los silencios y lo que se insinúa y no lo que se dice. El libro, por contra, cuenta demasiado poco y demasiado directamente.