viernes, 31 de diciembre de 2010

'Bullet Park' de John Cheever




Parece que John Cheever es más conocido como escritor de relatos y que sus novelas muchas veces son consideradas simples cuentos alargados, pero lo cierto es que el mismo John Cheever prefería ser considerado un escritor de novelas y consideraba sus cuentos casi como trabajos de encargo. ‘Bullet Park’, que es quizás la novela más conocida de Cheever, se divide claramente en dos partes: la primera está protagonizada por un hombre llamado Nailles y la segunda por otro hombre que se llama Hammer. Con dos nombres así (que suenan como clavos y martillo) parecía que estaban destinados a encontrarse. El libro empieza cuando Hammer se traslada a un barrio de los suburbios llamado Bullet Park, que es descrito por Cheever de una forma muy particular, entre mítica e irónica, consciente perfectamente de que en buena parte han sido sus obras las que han cimentado los tópicos de estos escenarios suburbanos, como las fiestas con alcohol a raudales, los monótonos viajes en tren para ir a trabajar a la ciudad y la insatisfacción reprimida.

Nailles y Hammer se encuentran por primera vez un domingo en la iglesia, porque Nailles asiste cada domingo a la iglesia, más por costumbre que por auténtica fe. Como les pasa a prácticamente todos los habitantes de Bullet Park, la vida de Nailles ha perdido cualquier sentido espiritual que podría haber tenido, pero aún así parece que en ocasiones se empeña en buscarlo, por más que no se atreve a reconocerlo en voz alta y ni siquiera a él mismo. ‘Bullet Park’ es una novela que en cierto modo parece una fábula alegórica, en ocasiones particularmente sórdida e inquietante, pero también con un punto de humor absurdo y extraño. En este sentido, no es nada gratuito que el clímax final suceda en el altar de la iglesia, donde Nailles y Hammer vuelven a encontrarse. Es entonces cuando el mal que había aparecido de improviso, sin avisar y sin nada que hubiera podido predecir su entrada en escena, es derrotado, pero aún así el final es extrañamente agridulce; las cosas volverán a ser como eran antes, sólo que en realidad ya no volverán a serlo.

Además de vecindario, Nailles y Hammer comparten un cuadro parecido de ansiedad y depresión. Para Nailles todo empieza el día en que Tony, su hijo adolescente, sin aparentemente ninguna razón, no se levanta de la cama. A partir de entonces desfilarán por la habitación de Tony una serie de médicos, especialistas e incluso un curandero, para tratar de “curarlo”. Nailles, avergonzado, dirá a todo el que se lo pregunte que lo que tiene su hijo es mononucleosis. Pero además de avergonzado, Nailles se sentirá sobre todo culpable e impotente por no poder hacer nada para ayudar a su hijo. Su ansiedad irá en aumento y ya ni el alcohol será suficiente para calmarlo, de modo que acudirá a un doctor que le recetará unas pastillas que le harán flotar en una nube de inconsciencia. Hammer, por su parte, se ha pasado media vida viajando por el mundo para huir de la desesperación, pero esta siempre ha acabado para alcanzarlo. Un día verá a través de una ventana una habitación con las paredes pintadas de amarillo y quedará convencido de que para encontrar la paz debe encontrar una habitación como aquélla. La encontrará, pero aquello no será suficiente, así que luego se convencerá de que para encontrar la paz tiene que optar por una solución mucho más radical. Y es ahí cuando decidirá ir al encuentro de Nailles, porque es el perfecto espécimen de hombre suburbano.


viernes, 24 de diciembre de 2010

¡Felices Fiestas!


¡Felices fiestas a todos los que tenéis la amabilidad de pasaros de cuando en cuando por este blog! ¡Muchas gracias por leer y comentar!





lunes, 13 de diciembre de 2010

'El diablo en el cuerpo' de Raymond Radiguet



La biografía de Raymond Radiguet es de aquellas que siempre divierte contar, porque fue el típico bohemio con un punto de escritor maldito, terriblemente precoz y que murió ridículamente joven. En el instituto pasó por un alumno mediocre y vago, así que pronto lo dejó, se quedó en casa y se dedicó a leer. Con el tiempo también dejó la casa paterna y se dedicó a vivir la vida bohemia. Fue protegido de Jean Cocteau y murió a los veinte años, pero ya había tenido tiempo de escribir un buen puñado de poemas y dos novelas, la primera de ellas fue ‘El diablo en el cuerpo’, que según parece tiene un punto de autobiográfico. ‘El diablo en el cuerpo’ narra la relación amorosa entre un chico de 16 años y una joven casada de 19, durante la primera guerra mundial, mientras el esposo de ella está en el frente. Al principio del libro el narrador nos describe una escena en que una mujer se ha vuelto loca, ha subido a un tejado y no quiere bajar para nada del mundo, a todos los que se le acercan para ayudarla les tira tejas para alejarlos, y no es difícil intuir que la escena acabará trágicamente; el protagonista lo sabe pero aún así no puede quitar los ojos de la loca encima del tejado, ya que está fascinado por la belleza entre poética y sórdida que tiene toda la escena. Algo parecido pasa con esta novela.


‘El diablo en el cuerpo’ es una novela narrada en primera persona y muy introspectiva, pero a la vez cuenta todos los hechos con un aire frío y distanciado. El nivel analítico e introvertido del libro me recuerda al ‘Adolphe’ de Benjamín Constant (que dicho sea de paso es uno de mis libros favoritos), aunque por la forma impasible e indiferente de contar los hechos parece presagiar en cierto modo ‘El extranjero’ de Albert Camus (que dicho sea de paso es otro de mis libros favoritos). No diría que se trata de una historia de amor, porque lo que siente él por ella no es amor puro y desinteresado sino simplemente vanidad recompensada, arrogancia satisfecha, posesión y celos. Lo que ella siente por él también es un sentimiento egoísta, aunque probablemente no tanto, y definitivamente está influenciado por las nociones románticas que habrá sacado de los libros. Sin embargo, no es para nada una historia romántica, por más que el final sea en cierto modo trágico, porque en lugar de pasión hay racionalidad. Es una obra realmente curiosa, original, diferente y recomendable.


lunes, 6 de diciembre de 2010

Mini-reseñas otoñales

‘Una cuestión personal’ de Kenzaburo Oé. Normalmente no soy fan de los libros que describen como un personaje se lanza a la autodestrucción. Pero hay excepciones, claro. En este caso el protagonista es un profe de segunda división de veintitantos años, dominado y acojonado por un suegro castrante, y con una mujer que acaba de tener un hijo deforme que probablemente morirá dentro de poco, pero que sí no se muere quizás sea aún peor. Por supuesto no es un personaje que se pueda admirar; es cobarde, débil, indeciso, egoísta, quejica, etc. Pero es tan real. Me gusta el aire realista (y la sordidez comedida, sin estridencias gratuitas) que tiene el descenso a los infiernos que emprende. Quizás sea porque es en parte autobiográfico, pero es un libro que me sonó sincero. Sin embargo, el final no me acabó de convencer. No por la decisión que acaba tomando (porque creo que es la que debería haber tomado) sino porque lo hace de una forma algo precipitada y encima luego nos cuela un epílogo empalagoso e innecesario. Pero el libro me gustó mucho. Me encantó su aire de pesadilla angustiante, lo apresuradamente que se suceden las escenas y la forma en que todos los hilos argumentales acaban confluyendo.



‘Queridas mías’ de Clarice Lispector. No soy ni mucho menos una experta en Clarice Lispector. Sólo he leído dos libros de relatos suyos: uno me gustó mucho (Felicidad clandestina) y el siguiente me decepcionó mucho (Lazos de familia). Aún así, cuando en la biblioteca vi este libro que está formado por las cartas que Clarice envió a sus hermanas mientras vivía en el extranjero (Italia, Suiza, Inglaterra, Washington, etc.), ya que su marido era diplomático, no me lo pensé dos veces y me lo llevé a casa. Llamadlo voyeurismo, ser cotilla, idealización romántica de cualquier tipo de correspondencia, o interés por los escritos personales de los escritores que fueron escritos sin pensar en su futura publicación. El resultado es un libro delicioso. Las cartas están llenas de amor y nostalgia. Y describen las dificultades del oficio de escritora, el desarraigo de vivir en un país extranjero, el hastío que producen las reuniones sociales, el día a día de la vida en familia, el deseo de volver a Brasil, etc. Son frescas, espontáneas, ricas y llenas de vida.



‘¡Aquí no paga nadie!’ de Dario Fo. Una obra curiosa, entretenida y divertida. Cae simpática. Es como un vodevil, pero en lugar de esconder amantes en el armario se esconden conservas y paquetes de arroz que se han robado de la tienda de comestibles porque los precios están por las nubes. Las situaciones absurdas y los malentendidos grotescos son llevados tan al límite que me hizo reír en voz alta de verdad. Aún así, su denuncia social peca de cierta ingenuidad y un idealismo impracticable. Y los personajes son bastante planos, excepto el de Juan, que en un principio parece que está del lado del gobierno y de las leyes (por más que sean injustas), pero que luego descubrimos que es todo más bien por cobardía, aunque al final, como no podría ser de otra forma en una obra tan idealista, acaba comprendiendo su error y rebelándose como el que más; sí, excesivamente ingenuo, pero bonito.



‘Un árbol crece en Brooklyn’ de Betty Smith. No está mal el libro. El principio está muy bien. Luego se vuelve algo previsible y repetitivo, pero sigue sin estar mal del todo. Eso sí, se lee muy bien, que dicen. Es sobre una niña pobre que vive en Brooklyn, se evade leyendo libros y sueña con ser un día escritora. Y es todo bastante tópico y bastante idealizado. Por ejemplo, el padre es un borracho pero de buen corazón y hay una maestra que es una solterona insatisfecha. Es todo también muy sentimental; las pasan muy canutas y a veces no hay nada que comer, pero al final, en el último momento, siempre hay algo que los salva. Aún así, las partes que hablan del amor por los libros y por la escritura están realmente bien. También me gustó la relación de la protagonista con su padre, la forma en que se quieren, pero también la relación con su madre, porque las dos son demasiado orgullosas y se parecen demasiado y, aunque se quieren, no dejan de haber malentendidos y tiranteces entre ellas. Pero es que los personajes principales todos son tan buenos y tan nobles, tan perfectos. Y luego, para rematarlo, hay ciertos tics de estilo que realmente me parecen enervantes, como lo de transcribir en primera persona los pensamientos y reflexiones de los personajes; es un recurso que me parece de vagos.



‘La tía Mame’ de Patrick Dennis. Reconozco que los libros de humor no son los que más me gustan. La comedia es probablemente el género que me gusta más en el cine, pero los libros etiquetados como “de humor” pocas veces consiguen hacerme reír. Aún así, tenía bastantes esperanzas puestas en ‘La tía Mame’. Iba de un niño huérfano que era criado por una tía excéntrica en el Nueva York de los años 20. Intuía, por el argumento, que me podía gustar. Pero me equivoqué. Las situaciones no son ni de lejos tan divertidas como esperaba, más bien oscilan entre lo predecible y lo ridículo e inverosímil. Además, los personajes son ridículamente planos y esquemáticos. Sí que la tía es un personaje excéntrico, pero lo es de una forma muy tópica. Probablemente me hubiera gustado más si se hubiera centrado en la relación entre tía y sobrino, pero de esto no hay casi nada. Es todo el rato sobre lo excéntrica y guay que es la tía. Hay también algunos prejuicios de clase y muchos aires de superioridad: se quiere hacer pasar a la tía y el sobrino como unos liberales muy enrollados pero se hace a costa de contraponerlos a otros personajes que de tan mezquinos no son creíbles. Y todo da bastante rabia.



‘El cocodril i altres narracions’ de Fiódor Dostoyevski. Mira que me gustan las novelas de Dostoyevski, pero con los cuentos no hay manera. En este volumen que pillé en la biblioteca sólo hubo uno que me pareció mínimamente interesante; los otros los termine por puro orgullo y acabé de lo más fastidiada. El que se puede decir que aún me gustó es ‘Un episodio vergonzoso’; va de un tipo de clase alta que cree en el amor al prójimo más allá de clases sociales y decide pararse en la celebración de la boda de uno de sus empleados para demostrar que él es el jefe más bueno y solidario del mundo porque es capaz de mezclarse con la gente de clase inferior a la suya. Por supuesto, los que están celebrando la boda se quedan flipando, se preguntan qué hace allí, desean que se largue y acaban entendiendo que sólo se ha presentado por vanidad, para demostrar que él es superguay. Es un relato lúcido, crítico, inteligente y con un humor sutil. Los otros cuentos también son supuestamente humorísticos, pero el humor es mucho más grueso, uno está protagonizado por un marido cornudo, otro es sobre los muertos en el cementerio que hablan y siguen siendo tan miserables y egoístas como cuando estaban vivos, y el último es sobre un tipo al que se lo traga un cocodrilo y no quiere salir de allí porque allí dentro, sin tener que hacer nada, se está de maravilla. El problema es que el humor es muy chabacano y todo es bastante burdo y tópico, impropio de Dosto. Me río más con ‘Crimen y castigo’ o ‘Los hermanos Karamazov’ que no con estos cuentos supuestamente divertidos.