sábado, 13 de diciembre de 2014

'Vamos a calentar el sol' de José Mauro de Vasconcelos



Más de una vez me he dicho que se ha acabado, que no voy a leer nunca más otro libro sobre un niño que se hace mayor, que ya he leído un montón (porque hay a patadas) y que ya estoy harta del punto de vista masculino. Sin embargo, por una razón u otra, también más de una vez he roto esta semi-promesa y he vuelto a leer otro libro sobre el abandono de la infancia y la pérdida de la inocencia de un personaje masculino. Pero esta vez, por una vez, no me he arrepentido de haberme saltado mi norma no escrita, porque 'Vamos a calentar el sol' es, sin duda, un libro especial, diferente. 

El libro de José Mauro de Vasconcelos derrocha la imaginación desbordante de la infancia y hace gala de una hipersensibilidad a flor de piel, lo cual le lleva a hacer equilibrios en la fina y peligrosa línea que separa lo tierno de lo cursi. Para mí, nunca cae en el azúcar empalagoso, pero puede que no todo el mundo piense así. La novela está llena de momentos e imágenes sentimentales, pero mi preferida es la que da origen al título: todos tenemos un sol dentro de nuestro corazón y, cuando estamos tristes, este sol se va enfriando y tenemos que ponernos a hacer algo bonito, algo que nos guste, para así calentar nuestro sol y evitar que se apague. 

'Vamos a calentar el sol' es un libro semi-autobiográfico, cuyo protagonista es Zezé, un niño que se va a vivir con unos parientes ricos de la ciudad para poder estudiar y así, el día de mañana, ayudar a su familia pobre. Pero Zezé no tiene muchos amigos (en realidad sólo uno), encuentra fríos a sus padres adoptivos, y se siente solo y atrapado. Pero, por suerte, un día se encuentra un sapo cururú que le propone que vivirá en su corazón, le hará siempre compañía y sólo lo dejará cuando Zezé ya no le necesite. Más adelante, otro golpe de suerte hace que el actor Maurice Chevalier pase a ser su padre adoptivo y le de todos los mimos y cariños que el matrimonio que lo acoge no le da, porque el mismo Zezé se comporta de forma fría con ellos. 

Este carácter sensible e imaginativo hasta el exceso, a mí nunca me ha molestado; es más, me ha gustado. En cambio, a veces Zezé me ha cargado un poco, por lo quejica que es, porque no sabe valorar a sus padres adoptivos, porque sus travesuras son cansinas y al final siempre sale de rositas, etc. Pero todo queda compensado por un magnífico capítulo final. En él, Zezé ya no es Zezé, sino un hombre maduro y desengañado, que recuerda con melancolía y nostalgia su infancia.