martes, 20 de enero de 2015

'Solo en Berlín' de Hans Fallada




Hans Fallada escribió (las más de 500 páginas de) 'Solo en Berlín' en 1946, en apenas cuatro semanas. A veces me ha dado la sensación de que esto se nota en los diálogos apresurados y los sucesos encadenados; pero otras veces me he dicho que no se nota para nada, porque es una maravilla cómo los pequeños detalles que parecían ser intrascendentes acaban siendo vitales y encajando unos con otros de forma perfectamente calculada. 

Para escribir esta novela Fallada se inspiró en un suceso real, el de un matrimonio humilde de Berlín que durante el nazismo se dedicó a escribir y distribuir postales subversivas contra el régimen, hasta que acabaron siendo descubiertos y ejecutados. Fallada se toma algunas licencias respecto a la realidad estricta con el propósito de convertirla en una novela coral que describa la vida cotidiana del pueblo alemán bajo el nazismo. 

Así, Fallada no nos relata sólo la historia de un matrimonio humilde que, después de perder a su hijo en la guerra, decide resistir y enfrentarse a una dictadura que considera injusta, aunque sea con acciones pequeñas, sino también la de los judíos perseguidos, la de los delatores de baja estofa, la de los que sólo quieren pasar desapercibidos, la de los delincuentes de poca monta, la de los altos cargos hedonistas, la de los que aspiran a ser un día altos cargos y que no gastan ningún tipo de escrúpulo, etc. 

'Solo en Berlín' nos transmite muy bien el angustioso ambiente de miedo y paranoia que se debía respirar en la Alemania de esos días, en la que todo el mundo tenía algo que esconder por más que fuera totalmente inocente. Esto me ha gustado mucho. También me ha gustado mucho que el matrimonio protagonista sea formado por Otto y Anna, dos personas grises y simples, y que estos no sean descritos bajo una luz idealizadora y heroica. 

Fallada es un escritor directo, a veces demasiado directo, de modo que en algunos momentos la forma en que se cruzan las vidas de los personajes es algo forzada, y hay algunas escenas demasiado obvias e incluso peripatéticas. Pero, por otra parte, luego hay escenas de una delicadeza, una sensibilidad y una sutilidad maravillosas. Así, me ha encantado la relación que hay entre marido y mujer. Otto es un hombre frío, introvertido, rudo y seco, y Anna le va a la zaga. Pero aún así, en pequeñas cosas, se puede ver lo mucho que se quieren, que prácticamente sólo viven por el otro y que los dos forman un todo. Sorprende ver una representación tan bonita y sencilla del amor en una obra tan dura. 

Otras escenas que me han parecido preciosas han sido las de la relación de Otto con su compañero de celda, un director de orquesta culto y sensible, que le enseña a jugar al ajedrez y le insinúa el poder benéfico de la música, pero que también le muestra que en la vida hay algo más que trabajar, que hay pequeños placeres de los que se puede disfrutar, y entre estos placeres el de la conversación, la amabilidad y la generosidad no son de los menores. Así, en la cárcel, a las puertas de la muerte, el protagonista siente por primera vez unos sentimientos que son nuevos para él e incluso se llega a arrepentir de haber llevado una vida como la que ha llevado, fría y áspera. Y éste es un clímax verdaderamente precioso para una novela que describe un mundo tan cruel. 

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